jueves, 12 de febrero de 2009

Un tipo que conozco

Un tipo que conozco parece que tiene cáncer.
Y digo parece porque esto de los diagnósticos no es siempre como una ciencia dura.
A veces el derrotero de estudios puede ser infinito o casi.
A la incertidumbre de tener que enfrentar una enfermedad habría que sumarle las disidencias médicas.
La ciencia médica parece no estar muy de acuerdo unos con otros. Lo que para uno es una cosa para otro puede no serlo tanto.
El caso es que cuando me anoticio de esta posible realidad y sus consecuencias me encuentro en una actitud totalmente egoísta inesperada.
En vez de estar pensando en la vida de esa persona, en sus posibilidades, en sus posibles dolencias y carencias de los próximos tiempos va que me pongo yo en la foto.
Me sorprendió ésto cuando me di cuenta como estaba funcionando mi mente ,porque no me esperaba esto de mi.
Voy y me cuestiono mi vida y mi tiempo, y que haría yo y cómo lo haría. Cómo lo tomarían mis hijos y cómo manejaría el espacio que me quede.
Todo hasta que entro en razón digamos y me llamo al orden a mi misma por invasiva. Por imprudente.
Me tuve que recordar que no era yo la protagonista de esta historia sino él.
Este otro que sí esta enfermo, que sí tiene el problema, que sí se estará cuestionando con justa razón cómo seguirá su vida a partir de un diagnóstico concreto de cáncer.
Ahí fue cuando me di cuenta que caprichosos caminos tiene la mente. Cuánto de cultural habrá en esto de llorar tanto a los que se nos mueren, más por nosotros que nos quedamos sin ellos, que por ellos que se quedan sin la vida.
Esa inconciencia que nos lleva a ponernos en víctimas hasta de las penas de los otros. Esa miopía de no poder ser para otros apoyo en momentos en que deberíamos serlo, por tan ocupados que estamos siempre en ver que necesitamos nosotros mismos.
Evidentemente es tal el miedo a la muerte que reaccionamos aunque pase cerca. Cerca geográficamente solamente.
Y a qué se deberá este miedo?
Si somos creyentes es que hay otra vida en nuestras cabezas donde podríamos refugiarnos. No habría necesidad de tales miedos.
Si no somos creyentes algun concepto habremos desarrollado para ubicar la muerte y el papel que debería jugar en la vida misma. Entonces a qué temerle?
A lo desconocido tal vez. A ese lugar del que nadie volvió para asegurarnos que es cálido y amigable? A las fantasías desarrolladas durante siglos para colocar a la muerte como un enemigo de la vida y no como una parte necesaria de ésta?
A la certeza de que no somos omnipotentes y ni siquiera nuestro tiempo en la vida podemos manejar?
A qué le tenemos tanto miedo me pregunto una y otra vez?
Y no encuentro una respuesta que me satisfaga, como casi siempre.
Algo es seguro. Hay cosas que deberíamos estar pensandolas desde otras perspectivas. Más saludables y en sintonía con la naturaleza.
A la natuleza no parece jorobarle la muerte. La incorpora y la hace parte. Es un todo armonioso de vida y muerte. Principio y final. Todo como parte de un proceso. Sin molestias, sin estrés.
Deberíamos aprender más de la naturaleza?

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