viernes, 24 de abril de 2009

Aniversario del genocidio Armenio

Hoy es 24 de abril, en el año 1915 comenzaba el plan sistemático de aniquilación de una Nación.
Armenia. A manos de los turcos.
Muchos años de silencio y verguenza tiñen a la humanidad con este hecho.
Soy la nieta de un sobreviviente del genocidio. Los días como hoy recuerdo más que nunca a mi abuelo. Su historia es sencilla y cruel.
"Los turcos venían entrando en las casas y matando gente contaba cuando tenía ganas.
Mi mamá corrió todo lo que pudo y llegamos al muelle. Me tiraron en un barco. La miré y le dije adiós sin saber lo que decía. Era un adiós verdadero y profundo. Para toda la vida.
Anduve deambulando tomando las oportunidades que me dio el destino para sobrevivir. Era la guerra, y la legión extrangera tenía una virtud. Allí se comía. Se peleaba pero se comía.
Como era chico no me dejaban usar arma, pero si lustrar las botas de los superiores.
Aprendí rápido a sobrevivir. Cambiaba favores por cigarrillos. No es que fumara, pero el cigarrillo era el valor de cambio, como una moneda. Dos cigarrillos te aseguraban un bollo de pan. Los cigarrillos significaban comida.
De allí a Marcella, donde mandaban los huérfanos de la legíon.
Finalmente, ya grande, me subí a un barco. No tenía el boleto. Cómo lo hubiera podido comprar? El capitán más rápido que tarde se dio cuenta de mi existencia. Pero entendió y me dio trabajo.
Llegué a la Argentina. La tierra prometida. Era como llegar a casa, si yo hubiera sabido lo que eso significaba.
La primera tarde nomás escuché bombas. Me dije: no te podés sacar la guerra de la cabeza vayas donde vayas?
Eran bombas. Las del derrocamiento de Hirigoyen. Mal momento para llegar a casa. Pero así fue".
Así me lo contaba él. Con estas exactas palabras que no olvidaré mientras viva.
Ya murío mi abuelo hace años, pero yo no me convenzo todavía. A veces lo busco en las fotos de las revueltas que cada tanto suceden en las fronteras de su país. Casi puedo asegurar que más de una vez pude vislumbrarlo en los ojos de algun jóven blandiendo una escopeta.
Si hay un lugar donde él se fue, estoy segura que no fue al cielo.
Volvió allá, a buscar a su mama, a sus hermanos desconocidos, a reivindicar a su tierra. A pedirle cuenta a los asesinos de los suyos.
Con que sencillez consiguieron una manera de organizarse.
Había una casa con pretenciones de consulado en Buenos Aires. Pero no tenían fondos. Escribían en las paredes sus nombres, el pueblo, la fecha en que se fueron y el nombre de su padre.
Así fueron llenando las parades de ese lugar, y cada vez que llegaba un armenio a Argentina leía ávido esas paredes. Allí podría encontrar su sangre. Su historia. Esa que quisieron borrar.
Vivió como quiso y se murio cuando se le dio la gana.
Por eso mi recuerdo hacia él es una mezcla de sabores. Amargo y dulce. Porque era un rebelde con memoria.

martes, 14 de abril de 2009

Se me mueren los sueños

Hablando con un amigo me di cuenta hoy que diferente estoy a la que era ayer.
Ayer hace como veinte años digo. Pero recién me doy cuenta.
Yo era de esas que se pasaba por el tujes los dichos de Rousseau cuando lo leía en la Universidad. Todo eso de la declinación moral del hombre desde su estado de naturaleza hasta la civilización.
Cómo la civilización va a corromper al hombre. Inaudito, cosa de improvisados que quieren llamar la atención pensaba.
Y hoy me encuentro asintiendo con la cabeza. Vivo en un estado de confusión tal cuando veo nuestras instituciones, la decadencia, políticos sin verguenza alguna, ciudadanos que no saben ni queren saber en lo más mínimo de que se trata.
Estoy tan enojada con nosotros mismos. Conmigo, con ustedes, con el mundo todo.
Cómo llegamos hasta acá. Y lo que es peor: hay alguna manera de volver a ser lo que nunca fuimos?
Siempre si algo me iluminó fue la esperanza. Tibia, a veces lejana , pero siempre ahí.
Y hoy que voy y la tanteo no la siento. Agudizo un poco los sentidos y pensando que se fue más lejos hago pasos y nada. No está por ningun lado.
Entonces busco en mi cabeza los recuerdos de mis charlas con mi abuelo. Que vino de la guerra, de la matanza de los turcos, de la revolución del 55. Decía siemrpe lo mismo. No hay salida. Esto está podrido.
Yo pensaba pobre. Claro. Cómo iba a pensar otra cosa? Con lo que vivió. Y me colocaba justo en frente. Donde el sol era tibio. Y las certezas eran amigas y querían entrarme.
Pensaba que era cosa de viejos que vivieron la guerra y no pudieron superarla.
Pero yo sólo viví una guerra de mentirita. La de Malvinas. Con soldados de verdad. Y poca hambre, cuando quería hacer dieta. Y padres presentes. Y algo de militares pero también democracia. Así que no puede ser que esto que siento sea por que me estoy poniendo vieja, ni por las secuelas de la guerra. Es otra cosa. Qué es?
Puro hastío. Mirada fija en la realidad que ya no manipulo. Que me entra así como viene. Cruda, sin concesiones.
Pibes que se mueren todavía de hambre, enfermos que esperan en los pasillos para no ser atendidos nunca, gente sin consuelo que llora sus hijos muertos, justicia que no llega, ladrones que trafican con las donaciones a los de Tartagal.
Y la confusión. Cómo reconocerlos si son igual que yo? Leídos, verborrágicos, señores, funcionarios. Cómo reconocerlos?
Hoy no tengo consuelo.

domingo, 5 de abril de 2009

Sin comentarios

Estoy leyendo a Truman Capote en alguos extractos de su último libro "Música para camaleones". Y me siento atrapada por la lectura y a la vez no puedo evitar distraerme de ella identificándome con cosas que dice.
Me pregunto porqué esta necesidad de personalizar? Porqué tiendo a compararme, a buscarme en los dichos de otros?
Esto es lo que estaba leyendo:

El invierno pasado caminaba por un cementerio cerca de la orilla del mar en una aldea de Nueva Inglaterra, un lugar donde el mar siempre está muy picado y demasiAdo frío para nadar. Era un cementerio encantador. Las fechas sobre las lápidas color gris verdoso, eran casi todas del siglo diecinueve, con algún tipo de inscripción, algo que revelaba la filosofía del ocupante. Una de ellas decía: SIN COMENTARIOS. De modo que empecé a pensar qué hubiera hecho inscribir yo en mi lápida… La primera inscripción que se me ocurrió fue: CONTRA MI OPINIÓN. Luego pensé en algo mucho más característico. Una excusa, una frase que uso ante casi cualquier compromiso: TRATÉ DE ZAFARME, PERO NO PUDE.(Fragmento de autorreportaje).


Ahí me desconcentré totalmente de la lectura y me puse a divagar. Se me hizo muy patente algunas conductas propias que no entiendo y que se refieren a esto de la lectura.
Me encanta leer. Y me gustan mucho más los libros. No las copias, o los libros virtuales que suelo leer de internet. Sin embargo, o no obstante ello, nunca, casi nunca puedo comprar un libro. Es una especie de falla en la autoestima. Es una tara que no puedo sortear. Los libros me provocan por un lado la necesidad de poseer que no siento por otras cosas. Quiero que sean míos.
Por otro lado siempre tengo la excusa a la mano para no gastar en ellos. A lo sumo me permito comprar uno que otro en esas ferias en las plazas que los venden usados y por lo tanto más baratos.
Yo lo considero un problema de autoestima. Como no sentir el derecho de "derrochar" dinero en libros. Como si algo dijera en que si es justo gastar el dinero.
Sin embargo, hace un tiempo corto, sí me decidí y pedí que me regalaran un libro. De esos que yo nunca me permitiría comprar. En papel biblia y con encuadernación de lujo.
Lo tengo en un lugar de privilegio para mis ojos, casi como un objeto de arte que es necesario exhibir. Tiemblo sólo de pensar que alguien pudiera pedirmelo prestado.
Por qué será que algo que me provoca placer no sea capaz de llevar a cabo casi nunca?
Seguro esto tiene que ver con otras cosas. No con los libros, no con el dinero, no con la disposición económica. Sospecho que es más profundo y oscuro.
Debe tener que ver con esa imposibilidad que me acompaña de darme placer. O sentir ese derecho egoista de priorizarse.
Me pregunto qué tiene que ver este pensamiento con lo leído más arriba. Se me ocurre que nada!