martes, 24 de marzo de 2009

Nada por aquí,nada por allá

Hay momentos en los cuales uno, sin previo aviso se siente solo.
Eso, exactamente eso, me sucede a mí por estos días.
Y me pregunto por qué?
Qué tiene este hoy diferente del día anterior o el otro para que me sienta como no me sentía?
Y lo primero que se me cruza por la cabeza es la obviedad del nada.
Pero tan nada no debe ser seguramente. Sino por qué el cambio?
Aunque es dificíl describir esta sensación voy a hacer un intento.
Nace como una incomodidad interna. Como un dolor de cabeza incipiente, pero no en la cabeza. Está más bien ubicado en el alma. Pero si es la cabeza, o mejor dicho los pensamientos los que dan la señal de alerta. Como una alarma que se activara para que no pase desapercibida la sensación. Obliga a que uno tenga que hacer algo con ella.
Y entonces qué se hace?
En mi caso, no se si esto sucederá a otros, automáticamente se me activa una respuesta. Una lástima por mí misma. Un rato me sirve y me entibia. Pobrecita yo. Tan incomprendida como a los 14. Luego viene una especie de listado de quienes serían los potenciales responsables de este sentimiento. Va teñido de un dejo de reproche hacia los otros.
Se supone que si uno se siente solo es porque hay unos otros que pudiendo estar no están.
Las más de las veces encabeza la lista mi compañero obviamente, mi marido. Ese que no contiene, que no detecta mis humores, que no tiene la palabra justa, el gesto, la atención afinada.
Luego poco convencida me vuelco hacia mis hijos. Ingratos que no viven para su madre y osan tener sus propias vidas.
De ahí suelo saltar a las amigas y amigos.Con cierto énfasis en las amigas mujeres por ser de quienes uno esperaría más por eso de que ellas tienen más posibilidades de manejar la empatía.
A veces se me da también por incluír en la lista a las frustraciones.
Lo que no fue, lo que podría haber sido, lo que no me animé a que fuera, y puede ir agrandándose ese pensamiento dependiendo del entorno. A veces me perturba la cotidianeidad de la casa y ya no puedo seguir con esa rutina de autocomplacencia.
Entrada la noche, cuando el sueño se niega, se pone más personal la cosa.
Ya me resulta menos grato seguir con la lista y aparecen los espejos mentales.
Y ahí es donde se pone más dura la cosa. Ahí es donde tal vez por el cansancio me faltan fuerzas para evitar seguir viendo lo evidente.
Soy yo. Siempre soy yo.
Yo que no puedo conmigo. Yo que no entiendo mi propio código. Yo que siempre dejo para mañana escucharme. Yo tan incómoda con lo que soy que no me tolero.
Y surge el enojo. Y la impotencia. Y ese creo que es el verdero momento donde me siento más sola que nunca. Yo conmigo.

jueves, 5 de marzo de 2009

¿Somos lo que hacemos?

En esto de buscar la identidad mucho se hace incapié en lo que uno hace,desarrolla como profesión,tarea,don,rol social,desempeño.
Y desde cuándo uno puede elegir VERDADERAMENTE lo que hace?
En estos tiempos de crisis, con la poca probabilidad de estudiar para tantos, con la confusión vocacional, con la intermitencia en la permanencia de una labor redituable, es eso posible?
Voy a poner como ejemplo mi caso.
Estudié el profesorado elemental (maestra) porque consideré que era mi vocación. Sentí siempre un gran placer en enseñar. Sólo de ver la cara que pone un niño cuando descubre que entendió algo es en si misma una postal inigualable. Durante bastante tiempo me nutrí de esas mieles.
Pero la realidad llamó a mi puerta. Económicamente era un despropósito de tiempo y esfuerzo.
Antes había pasado unos años por la universidad estudiando abogacía. Carrera inconclusa para mí seguramente por no querer hacer el esfuerzo que significaba darle fín. Elecciones que uno enfrenta sólo para arrepentirse luego.
Parada en algun momento sobre terreno pantanoso tomé un camino diferente. Me dediqué a la venta. De todo tipo. Y descubrí que era buena para eso. Muy buena diría. Pero no me gustaba. Obtenía algun tipo de placer cuando veía que mis esfuerzos eran siempre recompensados a la hora de cobrar el sueldo. Pero no alimentaba mi alma. Más diría. La desgastaba enormemente.
Cuál es el don en definitiva del vendedor? Conocer la psicología de las personas, detectar rápidamente sus puntos vulnerables, presionar y convencer. O sea manipular.
Uno puede volverse un perito en esas artes.
Con el tiempo la eficiencia hace que se pierdan pocas ventas y que el salario crezca hasta convertirse en una razón de vida. Vacía. Salvo por la cuenta corriente.
Así deambulé unos años por ese materialismo que propone el vivir pendiente de lo material. Sin tiempo para casi nada más. El desgaste era tal que no me quedaba resto para ser más nada que un vendedor. Incluso en mi vida cotidiana. Manipulaba por deformación profesional. Tanto que llegué a hacerlo conmigo misma.
No fui yo quien dijo basta. Fue mi alma. Cansada y hambrienta le mandó una señal a mi cerebro de que era tiempo de parar. Y paró él sin avisarme a mí. Y me sumí en una depresión de la que no me fue fácil salir.
Yo tuve una ventaja que no todos tienen. No estaba sola. Eso hizo que pudiera hacer algo que me había olvidado casi que podía hacer. Elegir. Y entonces elegí.
Elegí no convencer a más nadie más nunca.
Elegí no mentir mirando directamente a los ojos.
Elegí no pensar que cada minuto que pasaba sin facturar era una pérdida de tiempo.
Elegí bucear en los caminos del espíritu para ver que otras cosas eran importantes y no se pudieran comprar con un billete.
Elegí olvidar muchas de las palabras que tenía grabadas a fuego por mi padre (cuanto tenés,cuanto valés).
Gané? Todavia estoy de balance. Hay una fuerza interior aun hoy que me grita despacio que estoy haciendo mal. Qué no soy "exitosa".Que por no poder me convertí en miope.
Me gusta pensar que esas voces se van a ir alejando. Me van a dejar en paz. Me van a permitir descansar de aquellos viejos valores que me exigian darle un monto a la felicidad. Que voy a poder hacer las cosas mejor para mis hijos transmitiendole otras verdades que no tienen que ver con la cotización de la onza de oro.
Pero la confusión no me abandona. Me es difícil alentarlos a ser lo que les de placer en un mundo que no perdona al rezagado.
Es bueno para ellos lo que no logra convencerme a mi misma incluso escribiendo esto?
Si soy lo que hago, como sé lo que tengo que hacer?

lunes, 2 de marzo de 2009

Inesperado

Hice algo inesperado.
Como este tema de los psicólogos me provocaba cierta incomodidad y desconfianza intenté una salida más científica. Me fui a un psiquiatra!
Ese si que es médico. Ese conoce mejor la morfología del cerebro en definitiva. Entonces me pareció más indicado para desplegar confianza en el profesional. Para poner mis problemas en manos más leídas.
Pero sobre todo para averiguar si hay una pastillita, de esas casi mágicas, que puedan darle algo de estabilidad a mi cansada cabeza.
Y si tengo que decir rápido como me fue, lo digo en una sola palabra. Mal!
De entrada nomás no me cayó lo que se dice bien. Porqué? Eso es difícil de describir. Es como si yo tuviera un archivo de caras o facciones que me caen bien y otro donde los rasgos por si mismos me "alertan" sobre quienes no van a poder contar con mi simpatía. Era este el segundo caso.
Pero yo tenía un objetivo claro. Y por todos los medios iba a intentar convencer a este buen hombre que me haga un poco más facil la vida.
Tantas veces escuché eso de la "píldora de la felicidad", hasta me recomendaron el libro (que nunca leí) Más Platón, menos Prozac, que me tentó la idea .
Es posible eso? Existe algo químico, que se compra en la farmacia que le otorga a uno algún tipo de felicidad? Si es así, porque no lo toman todos los que no se sientan felices?
Valía la pena intentar.
Y como no quería poner tiempo entre esa charla y mi felicidad futura fui rápida y sincera.
Error!
Tengo mar de problemas. Muchos de ellos de toda la vida. Soy insegura, miedosa, exacerbada, pienso tarde y hablo primero, me angustio, duermo tan mal que amanezco sentada, tengo definidos sentimientos homicidas muchas veces, una autoestima que cabe en un dedal, que más puedo decirle?
No es que yo quisiera decirle al hombre como hacer su trabajo, pero casi.
Fui al grano pero no apreció mi sinceridad. Le comenté lo de la pastilla de la felicidad, las muchas personas que conozco que vivien como zombies empastilladas y lo bien que se las ve. No escatimé recursos.
Pero que me va a dar la razón este tipo? Nada.
Me manda una tizana. Hasta la palabra es vieja. Ofensiva. Es un consejo que uno le daría a una persona histérica y no a una paciente en verderos problemas que busca su ayuda. Me decepcionó.
Ahí, en ese mismo momento quise razones. No me iba a ir como vine. Claro que no.
Por el mismo precio le pregunté por qué no me daba la mentada pastilla? Existía al menos? Tenía tales contraindicaciones que eran peores que mis males?
Ni una explicación me dio. Dijo que no era necesario. Cómo puede decir eso????? Con que autoridad además de ser un médico? No se traiciona así a un paciente que le vino a pedir sus servicios sanadores.
Casi que me pareció peor que el Psicólogo. Sí, hasta ese extremo.
Mudo el tipo, no hubo como convencerlo. Se quedó sentado en sus cuatro. Intransigente. Uno espera más de un tipo que pasó por la Universidad.
Ni una pomada me recetó.
Salí con las manos vacías y el corazón roto. Otra posibilidad de ser feliz que se me escurre entre las manos.
No hay derecho.