jueves, 5 de marzo de 2009

¿Somos lo que hacemos?

En esto de buscar la identidad mucho se hace incapié en lo que uno hace,desarrolla como profesión,tarea,don,rol social,desempeño.
Y desde cuándo uno puede elegir VERDADERAMENTE lo que hace?
En estos tiempos de crisis, con la poca probabilidad de estudiar para tantos, con la confusión vocacional, con la intermitencia en la permanencia de una labor redituable, es eso posible?
Voy a poner como ejemplo mi caso.
Estudié el profesorado elemental (maestra) porque consideré que era mi vocación. Sentí siempre un gran placer en enseñar. Sólo de ver la cara que pone un niño cuando descubre que entendió algo es en si misma una postal inigualable. Durante bastante tiempo me nutrí de esas mieles.
Pero la realidad llamó a mi puerta. Económicamente era un despropósito de tiempo y esfuerzo.
Antes había pasado unos años por la universidad estudiando abogacía. Carrera inconclusa para mí seguramente por no querer hacer el esfuerzo que significaba darle fín. Elecciones que uno enfrenta sólo para arrepentirse luego.
Parada en algun momento sobre terreno pantanoso tomé un camino diferente. Me dediqué a la venta. De todo tipo. Y descubrí que era buena para eso. Muy buena diría. Pero no me gustaba. Obtenía algun tipo de placer cuando veía que mis esfuerzos eran siempre recompensados a la hora de cobrar el sueldo. Pero no alimentaba mi alma. Más diría. La desgastaba enormemente.
Cuál es el don en definitiva del vendedor? Conocer la psicología de las personas, detectar rápidamente sus puntos vulnerables, presionar y convencer. O sea manipular.
Uno puede volverse un perito en esas artes.
Con el tiempo la eficiencia hace que se pierdan pocas ventas y que el salario crezca hasta convertirse en una razón de vida. Vacía. Salvo por la cuenta corriente.
Así deambulé unos años por ese materialismo que propone el vivir pendiente de lo material. Sin tiempo para casi nada más. El desgaste era tal que no me quedaba resto para ser más nada que un vendedor. Incluso en mi vida cotidiana. Manipulaba por deformación profesional. Tanto que llegué a hacerlo conmigo misma.
No fui yo quien dijo basta. Fue mi alma. Cansada y hambrienta le mandó una señal a mi cerebro de que era tiempo de parar. Y paró él sin avisarme a mí. Y me sumí en una depresión de la que no me fue fácil salir.
Yo tuve una ventaja que no todos tienen. No estaba sola. Eso hizo que pudiera hacer algo que me había olvidado casi que podía hacer. Elegir. Y entonces elegí.
Elegí no convencer a más nadie más nunca.
Elegí no mentir mirando directamente a los ojos.
Elegí no pensar que cada minuto que pasaba sin facturar era una pérdida de tiempo.
Elegí bucear en los caminos del espíritu para ver que otras cosas eran importantes y no se pudieran comprar con un billete.
Elegí olvidar muchas de las palabras que tenía grabadas a fuego por mi padre (cuanto tenés,cuanto valés).
Gané? Todavia estoy de balance. Hay una fuerza interior aun hoy que me grita despacio que estoy haciendo mal. Qué no soy "exitosa".Que por no poder me convertí en miope.
Me gusta pensar que esas voces se van a ir alejando. Me van a dejar en paz. Me van a permitir descansar de aquellos viejos valores que me exigian darle un monto a la felicidad. Que voy a poder hacer las cosas mejor para mis hijos transmitiendole otras verdades que no tienen que ver con la cotización de la onza de oro.
Pero la confusión no me abandona. Me es difícil alentarlos a ser lo que les de placer en un mundo que no perdona al rezagado.
Es bueno para ellos lo que no logra convencerme a mi misma incluso escribiendo esto?
Si soy lo que hago, como sé lo que tengo que hacer?

No hay comentarios: